La inmoralidad en el Paraguay goza de buena salud. La élite de poder (política, empresarial, judicial, etcétera) tiene que pasar por la opinión pública y el control objetivo de la prensa, para que tengamos algún atisbo de contrapoder y para permitir algún matiz de republicanismo.
La impunidad es la regla y, como una crónica anunciada de una frustración, está en un progreso constante e ininterrumpido en nuestra sociedad. Ni la celebrada alternancia del 20 de abril logró detener su predominio.
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